MARADOOOOO MARADOOOOOO
PARIS.- Los que más lo conocen se empecinan en destacar una cualidad de Juan Martín Hernández: que vive en la luna. Sin embargo, cuando juega al rugby su estampa de crack lo aleja mucho de esa fama de distraído y desatento que fomentan sus amigos. Ya desde hace un tiempo su talento y categoría lo convirtieron en una marca registrada de los Pumas, con índices de popularidad disparados por su virtuosismo y su capacidad de hacer fácil lo difícil. Es el niño de oro de los Pumas y el mimado de Agustín Pichot. Con el capitán tendió una relación tan amigable que Juan es el "tío" preferido de Valentina y Joaquina, las hijas del medio scrum, con quienes paseó anoche por los pasillos del estadio tras el histórico triunfo.
Algo extraño y singular sucedió ayer en el Parc des Princes, o Parque de los Príncipes. La comunión entre el fútbol y el rugby no suele darse muy asiduamente, por eso asombró a todos que el grito bajara tímido desde las tribunas y encontrara eco de inmediato: "Maradó... Maradó... Maradó". La ovación al diez del fútbol esta vez fue para el diez del rugby. Tal vez haya sido una señal de que estamos frente al mejor jugador del mundo ovalado .
Deportista por herencia familiar, Juan se crió alrededor de pelotas de cualquier forma y cualquier color. Por eso tanta naturalidad para usar cualquiera de las dos piernas. Ni siquiera una situación límite y de tensión lo hace trastabillar. Ayer, después de anotar dos drops con la derecha, convirtió un tercero con la izquierda. Hasta irlandeses lo aplaudieron al punto de enrojecerse las palmas. Y como si fuera poco, alcanzó en el récord de drops acertados en un mismo partido al legendario Hugo Porta, que lo logró en dos ocasiones: en el 21-21 de 1985 con los All Blacks en la cancha de Ferro, y en la victoria por 24-13 frente a Australia, también en Caballito, en 1979.
Pero no sólo en eso consistió la tarea de Hernández. Sobre 44 pelotas recibidas, pateó 31 veces, lo que demuestra que desarrolló a la perfección la estrategia que le había solicitado Marcelo Loffreda, un estudioso riguroso del juego y quien otra vez acertó al ubicar a Hernández como apertura y no como fullback. La indicación había sido sencilla: que llevara las acciones lo más lejos posible del campo argentino, pero sin sacar la pelota afuera, para que Irlanda no pudiera aprovechar el line-out, su herramienta más valiosa y productiva.
"Estuvimos muy bien en defensa y de la cabeza, los tuvimos siempre controlados. Ellos no sabían qué hacer, estaban desesperados. Lo único que hacían era darle la pelota al capitán para intentar algo", respondió el Nº 10, consultado sobre las virtudes del equipo argentino en el éxito frente a Irlanda.
En 2003, Hernández se despidió de su club del alma, Deportiva Francesa, al que prometió regresar a los "siete u ocho años", y llegó a Stade Français. También en 2003 le tocó vivir desde el banco de los suplentes la eliminación mundialista en Adelaida, Australia, a manos de Irlanda. Jamás emisor de conceptos desmedidos y errados, ayer no describió la victoria como un desquite, sino que ofreció otra sensación: "Es difícil explicar lo que se siente en este momento. La emoción que tengo no se puede explicar con palabras. Compartir alegrías con todos mis compañeros es muy bueno. Ya me pongo a pensar en Escocia, en lo que viene".
Obsesivo del rugby, Juan es así, capaz de disfrutar hoy la clasificación y de focalizarse de inmediato en el futuro. En Buenos Aires, antes de emprender la aventura mundialista, en un rapto de entusiasmo había dicho: "Podemos llegar a las semifinales. Habría que ganar la zona para evitar a los All Blacks en cuartos y cruzarnos con Escocia o Italia, duros, pero accesibles". Su pronóstico hasta ahora va muy bien encarrilado.
Otra vez con su patada mágica como arma letal, Hernández, que en su infancia estuvo a punto de incorporarse a Platense o Estudiantes de La Plata, guía el sueño de los Pumas en este Mundial de grandes alegrías. Su sonrisa en el final sustenta lo que el mundo supone: Hernández es feliz dentro de una cancha.