25 de febrero de 2008

FAIR PLAY, ¿Y SI JUGAMOS LIMPIO?

Ser el mejor, ganar a cualquier precio, cumplir el deseo de los padres... En un mundo donde el éxito y el fracaso suelen aparecer como únicos parámetros deportivos, ¿es posible educar a las nuevas generaciones en el respeto por el otro, dentro y fuera de la cancha? En esta nota, ideas para entender la importancia de jugar...por jugar


¿Quién te pide que ganes?

–Mi papá. Cuando me critica algo, le contesto que yo sé qué hacer dentro de la cancha, que las órdenes las pone el profe y no él. Yo soy el jugador, no él.

El que habla es Francisco Puentes, Pancho para los amigos, el chico que en 2004 se consagró campeón argentino en la categoría infantiles A de mountain bike y con sólo 12 años decidió dejarlo todo. “Me cansé, por eso dejé la bici, ya no lo pasaba bien y por eso me puse los botines –cuenta frente a sus compañeros de equipo del colegio jujeño Del Salvador, con el que ganó el torneo intercolegial de la Copa Coca-Cola–. Ahora quiere que gane siempre en la cancha.”

¿Jugamos para divertirnos o jugamos para ganar? Es la pregunta que el licenciado Alfredo Fenili, especialista en psicología del deporte, toma como punto de partida para hablar de la relación de los chicos con el deporte y la actividad física. “Todos somos competitivos, la competencia es inherente al ser humano, es parte del deporte y de la vida –destaca–. El problema aparece cuando la competencia comienza a ocupar un lugar que no corresponde. Yo lo llamo el modelo del campeonismo, donde lo único que vale es ser el primero; es el modelo actual, el que hace que sólo nos fijemos en los campeones, en el éxito. Ganar no es lo más importante sino lo único, el resto no existe.”

Todos quieren ser Messi, Nalbandian, Ginóbili, Pichot, ser número uno, ocupar las tapas de las revistas y aumentar los ceros de la cuenta bancaria. “Los jugadores pasaron a ser estrellas de rock”, analiza Hugo Tocalli, ex director técnico de la selección nacional sub 20 de fútbol y actual entrenador de Vélez Sarsfield. “No debemos olvidarnos de la cantidad de chicos que no llegan a jugar profesionalmente y deben cargar con la frustración que hace que no puedan desarrollarse como personas. Con Pekerman –con quien Tocalli compartió el cuerpo técnico de los seleccionados nacionales– hemos visto muchos casos, demasiados.”

Cuando a un chico se le exige más de lo que puede dar se lo está presionando y de esa manera no se le está permitiendo disfrutar. Tampoco se le da la oportunidad de descubrir en el deporte una posibilidad de expresión. “En definitiva los deportes cultivan los valores para la vida”, destaca Hugo Norberto Masci, presidente honorario y una de las cabezas fundadoras del Club de Amigos. ¿De qué valores hablamos? “Los modelos y los valores que reciben los chicos son los que ven en la televisión, en los estadios, en los medios –analiza Fenili–. Y qué es lo que ven, lo que reciben, lo que avalamos como sociedad: partidos dramáticos como si ganar o perder fueran una cuestión de vida o muerte, jugadores que hacen trampa, violencia dentro y fuera de la cancha. Seamos sinceros, siempre realzamos la supuesta viveza criolla.” ¿Será la misma viveza que hace que aplaudamos orgullosos el gol con la mano que Maradona hizo a la selección de Inglaterra en el Mundial de 1986?

“Cuando veo que se pelean los jugadores, los hinchas, me pregunto por qué. En casa lo hablamos mucho”, dice Nicolás Podjarny. Nico tiene 9 años y desde los 2 es socio del Club de Amigos. “Hago fútbol y natación.”

¿Resulta extraño hablar de juego limpio y poco frecuente encontrar equipos o jugadores que brillen por su fair play? “Jugar limpio es jugar sin hacer cosas que perjudiquen al otro con tal de ganar –explica Sofía Podjarny (13)–. Es seguir las reglas y respetar al otro.”

“El rival no es un enemigo”, agrega Florencia Díaz Arena (12). “A veces se gana, otra se pierde. –afirma Lucio Subellun (9)– A mí me gusta ganar, pero no se puede siempre.”

Jugar limpio es respetar el reglamento y al rival, porque sí importa cómo se gane. “Porque ganar numéricamente como necesidad absoluta va en contra del espíritu del juego limpio”, señala Cacho Vigil, ex director técnico de la selección nacional de hockey femenino y actual entrenador de los varones. “No sacar ventaja de esas «habilidades» creadas por el jugador –agrega Fenili–, como la de tirarse al piso y hacerte el muerto para pedir la amarilla o la expulsión del adversario. La viveza criolla se ensalza, los entrenadores suelen decirles a los chicos: «Pibe usted tiene que ser vivo quédese en el piso, no se levante». Tampoco le vas a pedir que se inmole, pero sí que juegue con las reglas.”

Por suerte uno encuentra casos que sirven de ejemplo, como la gloriosa tradición de los Sub 20 nacionales de Perkerman y Tocalli, en quedarse con el Premio Fair Play o la actitud del ex número 1 del tenis Andy Roddick, en el Masters Series de Roma de 2005, donde dio bueno un punto que el juez había dado por malo, que lo beneficiaba y con el que hubiese ganado un match. Noble actitud similar a la que Guillermo Vilas tuvo con José Luis Clerc en la final de Madrid de 1980 (ver aparte).

“Todo parece importar demasiado –dice Patricio Subellun (12)–, pasa en todos lados.” “Yo me pregunto por qué sigue pasando –reflexiona Florencia–, lo ves en la escuela, en la tele. Pasa con muchos deportes, se arreglan partidos, hay mucha plata en el medio, se juega como... si fuera la última vez.” “Si no ganan seguido, los técnicos se quedan afuera, ¿no?”, pregunta Patricio.

Mi hijo el campeón

Los medios juegan un papel fundamental en esta vorágine y la confesión de Osvaldo Coloccini, ex jugador y padre orgulloso de Fabricio (juega Deportivo La Coruña, en España). Lo pone al descubierto: “Ni en toda mi carrera de jugador tuve tanta prensa como la que consiguió mi hijo en un solo partido.”

El modelo del campeonismo, del éxito y por sobre todo de la fama está presente en los campos de juego. No importan el club, la categoría ni la disciplina, desde las tribunas se oyen los gritos de padres, madres y técnicos. ¿Alentando? No, exigiendo hasta lo imposible y marcando los “supuestos errores” de los chicos. “Estamos hablando de una cuestión social, de un reflejo que llega de la televisión, de las revistas, de los diarios –comenta Fenili, coautor del libro Mi hijo el campeón–. El mayor problema es que las miserias del deporte profesional se trasladaron al deporte infantil. Entonces, es frecuente encontrar chicos que sienten que no pueden equivocarse libremente y sin conflicto. La mirada del adulto suele calificar y sentenciar.”

El placer, el disfrute del juego, parecen términos caídos en desuso. “Con Pekerman siempre hablábamos con los chicos de la importancia de disfrutar del juego, porque eso debe ser lo más importante para los pibes. Hoy en cambio –enfatiza Tocalli–, están más atentos a esa sensación de demostrar, de que todos los miran, porque siempre se está en la búsqueda de un nuevo crack. Es una gran responsabilidad y nada tiene que ver con el deporte sino con la vorágine del momento que nos toca vivir.”

Un gran negocio, el deporte es una puerta por la que se puede acceder al éxito y ganar fortunas. “En 1985 estaba viendo por tevé la victoria de la rumana Virginia Ruzici y vi un cheque por una cantidad enorme. Ahí dije: «Mis hijas deben jugar a esto. Hay mucho dinero»”, confesó Richard, padre de Serena y Venus Williams, las hermanas maravilla del tenis, que llenaron de dinero las arcas de papá, ex guardia de seguridad y empleado de limpieza.

“Nos salvamos. El pibe es un Maradona”, la frase se repite una y otra vez porque la mayoría de los padres creen tener en su casa a un jugador talentoso que los “salvará”. “Los chicos son usados porque el fútbol es una picadora de carne.” La frase pertenece a José María Aguilar, presidente de River Plate. Pareciera no haber límites, en los últimos años los “reclutadores” recorren las canchas de todo el país en busca de jóvenes talentos, chicos cada vez más chicos, de 9 o 10 años, que son tentados por importantes clubes europeos. “La crisis económica por la que atraviesa la Argentina empuja a que esto ocurra. No tienen escapatoria –dice Ramón Maddoni, director general del fútbol infantil de Boca–. Padres que no tienen trabajo buscan la manera de poder salvarse con una entrada de dinero que acá no pueden lograr y sí afuera.” Una tendencia que se repite en países de América latina y Africa. Los chicos llegan a Europa atraídos por contratos millonarios y en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) ya se piensa de qué manera evitar que se lleven a los chicos de los clubes locales.

“Por todo esto uno es testigo de competencias salvajes en las categorías infantiles, padres que no colaboran para que esto se dé de manera diferente, los entrenadores que les piden a los chicos lo mismo que a los grandes –dice Fenili–. Hay chicos que entran en un club y ya están hablando: «Este a los 20 años va a ser un Messi, un Ginóbili, un Federer». Una visión terrible.”

“...Espero volver en el futuro y no defraudar a los que están conmigo. Voy a volver. Sobrellevé la muerte de mi tío, la de Matías (Sosa Salvador, su mejor amigo), la de mi abuelo, que pasó mientras jugaba un torneo. Pero estoy pensando sólo en eso. Voy a volver porque tengo unos h… enormes. Gracias y perdón por todo esto”. Confesó Guillermo Coria, con lágrimas,en la conferencia que brindó el 6 de junio 2004 luego de perder Roland Garros frente a Gastón Gaudio. El Mago desnudó su mayor frustración: “Defraudé a mi familia”, dijo, ante la mirada de su padre y ex entrenador. “Fui el profesor de Guillermo hasta los 12 años; de ahí dejé de tener una relación tenística con él y pasé a tener relación de padre”, declaró en varias oportunidades Oscar “Cacho” Coria, el papá del tenista que llegó a ser número tres del mundo y que hoy le pide que se retire del tenis.

“Siempre les digo a los padres que necesito papás que construyan, no que destruyan –cuenta Marcelo Ramón Juárez, el director técnico del equipo del colegio Del Salvador, de Jujuy, ganador de la Copa Coca-Cola 2006, el torneo intercolegial para chicos de entre 13 y 15 años que promueve el juego limpio–. Tratamos de no darle oportunidad de opinar, porque saben que hay un entrenador, un equipo que trabaja con los chicos. A veces resulta imposible. Le pasó a Manuel (Quintana): en el medio de la semifinal se paró para contestarle al padre, que estaba dándole permanentemente indicaciones.”

Cero boliya, dicen así, arrastrando la ye al mismo tiempo los pibes del colegio. “Capaz vos le decís, le hablás y no lo entiende –cuenta Eugenio Gallardo Rosas, uno de los chicos que integra el equipo Del Salvador–. Lo hablé y otros también, pero van a la cancha y te siguen gritando, te siguen presionando, por eso decidí no darles importancia, porque no sólo te dicen cosas en la cancha, también en casa hablan, opinan.”

“En el mismo instante en que los hijos compiten, no importa en qué deporte, se puede ver las peores cualidades de los padres –lamenta el psicólogo deportivo Darrell Burnett–. El deporte juvenil era el único reducto de auténtica deportividad, pero eso ya ha pasado a la historia. Si los niños no se divierten, se está perdiendo la esencia deportiva.”

Filosofía de vida

“El hombre y el deporte, una amistad que nace en la niñez y perdura en el tiempo”, dice un cartel colgado en el gimnasio principal del Club de Amigos, un fiel reflejo del espíritu con el que trabaja el centro de iniciación deportiva que se especializa en niños. “El deporte como filosofía de vida, ese es el terreno en el que trabajamos –asegura Masci, presidente honorario del Club de Amigos–, porque el deporte en los niños da la oportunidad de desarrollo y maduración, no sólo física sino también mental y emocional.”

El deporte como un espacio de formación y recreación, en el que los chicos se encuentren cómodos y contentos. “Una de las principales causas de deserción y de decepción deportiva es la presión temprana que reciben los chicos –comenta Alfredo Fenili, que en la actualidad trabaja en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), en el área de capacitación–. Es frecuente encontrar pibes que a los 13 años, después de jugar 6, 7 años en divisiones infantiles con tanta presión, se sienten como veteranos. Es en ese momento cuando dicen basta y dejan para siempre el deporte.”

Orgulloso, el director técnico Marcelo Ramón Juárez dice sentirse orgulloso no sólo por haber conseguido en 2006 la Copa Coca-Cola, sino por haber logrado con los chicos de Del Salvador el premio Fair Play. “Buscamos formar un equipo que pueda trabajar en grupo, que los que están en la cancha se lleven bien, si es posible que sean amigos. Es necesario que se apoyen el uno al otro, que sean solidarios, y eso lo conseguimos. Considero importante que se premie este accionar para que sirva de ejemplo.”

Como a Guillermo y Gustavo Barros Schelotto, a Ramiro y a Santiago Lozano (15) también les tocó compartir la cancha y consagrarse en el equipo del colegio Del Salvador. “Hay cosas que en el fútbol no van a cambiar demasiado –piensa en voz alta Ramiro–, como la hinchada. Quizá le podes hacer entender la mala presión que generan. Sé que es parte de la esencia del fútbol argentino, pero se puede cambiar. Lo que pasa en las tribunas nos afecta a todos.”

El deporte debe integrarse a nuestra vida, desde el lugar del juego, del placer y la salud. “Para nosotros, que un adulto diga que aprendió a amar el deporte y que practica tenis con sus amigos los fines de semanas es genial –confiesa Masci, voz del club por el que pasan más de nueve mil pibes por año–. La vivencia del deporte no es reemplazada por nada. Hay que volver a ensalzar la importancia de la práctica del deporte recreativo, que no requiere de ningún motivo especial, simplemente desear hacerlo, que sea divertido y placentero.”

“Mis papás siempre nos dijeron a mí y a mi hermano que es bueno hacer deporte, que es la mejor manera de cuidarnos. Nos exigen que hagamos algo, lo que más nos guste”, asegura Sofía. “Me divierto en el club –aclara Nicolás–. Estoy con mis amigos, juego, hago lo que me gusta.”


FUENTE: la nación.